“Aquellos que educan bien a los niños merecen recibir más honores que sus propios padres,
porque estos solo les dieron vida, aquéllos el arte de vivir bien.” Aristóteles.
Regar desiertos, sembrar donde solo ha germinado la fugacidad y poco ha logrado florecer. Esto es la síntesis de lo que día a día implica el ejercicio docente, ejercicio que conduce al maestro a introducirse en el universo que se encierra en cada joven estudiante, para devolverle su legítimo derecho a forjar un mejor futuro … Y para soñar y concebir un mundo así, se requiere una clase particular de seres humanos capaces de condensar las señales de la época en saberes significativos; personas competentes para percibir, en el talento innato de los jóvenes, la riqueza vital para construir sociedad y civilidad. Esa clase particular de seres no son otros que los maestros.
Los maestros son artesanos, cuyas palabras son capaces de modelar las mejores formas para entender la realidad y transformarla desde sus raíces. Una realidad que no se mide solamente en saberes tecnológicos, científicos o intelectuales, sino una realidad cuyo poder y fuerza emana del íntimo deseo de las personas por liberarse de la ignorancia y del sin sentido. El maestro se presenta ante sus jóvenes discípulos como una persona que ha decidido sembrar en ellos un deseo irrefrenable por saberlo y comprenderlo todo. El buen maestro es aquél que cada mañana ingresa al aula de clase con el firme propósito de dejar hambrientos a sus estudiantes; las enseñanzas del maestro deben tener el poder y la fuerza vivificadora suficiente para “empujar” al joven educando a la búsqueda de su propia realización personal dentro de los marcos de la justicia, la libertad, la responsabilidad, la solidaridad y la espiritualidad, pues la persona que se construye y se forma primero desde dentro se convierte en fortaleza y simiente de las transformaciones sociales.
Actuar movido por convicciones nobles, sembrar en el corazón buenas intenciones y el fortalecimiento del ser ante los desafíos, desarrollo de la empatía y la solidaridad son saberes que los buenos maestros transmiten a lo largo de sus jornadas de clase, pero es todavía mejor maestro quien no solo los transmite, sino aquel que logra instalarlos en el corazón de sus estudiantes, ya que solamente así, en un suelo fertilizado desde la formación del ser, pueden sembrarse posteriormente los saberes académicos e intelectuales… la cosecha de una formación así, no es otra que el mismo significado de HUMANIDAD.
Hola profesores